lunes, 20 de julio de 2015

Cuentos para Mercedes

Las Miles

Esta es una historia de amor.  Y es una historia de un amor diferente, no estamos hablando de amor monogámico, oligogámico, ni poligámico, sino que se trata de un amor milegámico y botánico. Si, pues sí, es la historia del amor de una princesa y sus mil flores. 

Clarisa era el nombre de esta princesa. Vivía en un castillo de ladrillos y chapa, allá, en lo alto de una montaña solitaria, rodeada del desierto más árido del planeta. Clarisa pasaba sus días cuidando su preciado jardín de mil rosas.

Una noche el cielo tronó, dejando caer una helada que atacó la montaña.   Novecientas noventa y nueve flores murieron. Clarisa, consternada, abrazó a la única rosa sobreviviente, la cuidó y protegió de las nuevas heladas que siguieron afectando la montaña y así logró salvarla.  En adelante se dedicó con esfuerzo  a recuperar su jardín, sembró la montaña con las pocas semillas que le quedaban y se esperanzó en que al  llegar la primavera podría  recuperar sus rosales. Sin embargo, al finalizar el invierno, una nueva tormenta cayó sobre la montaña y barrió con la vida de la última rosa.

Clarisa ya no pudo contener su tristeza. Presa de la desazón, cayó en el suelo y lloró desconsolada, durante 30 días y 30 noches, la pérdida de su última y única compañera.  Cuando creía que su montaña sería devorada por el desierto, sucedió algo inexplicable: las lágrimas derramadas por Clarisa penetraron en el suelo, fertilizando raíces y semillas y al llegar el día 31 brotaron del suelo miles de rosas, alimentadas por el amor de Clarisa.  

La leyenda dice que por cada lágrima de amor, nace una rosa. Mi abuela dice que un clavo se saca con otro clavo. Que raro es el amor.


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