Me estoy quedando gradualmente ciego y se me afina el pelo por las esquinas. Despiertome, Bañome, conduzcole, trabajole, cenole, duermole. Rutina en espiral ascendente, porque solo nos queda ascender
hacia ese abismo profundo y hondo que es morir un poco todos los días. Tratando de ser felices por los cánones de la
normalidad dilapidamos algo de lo mejor que
tenemos, permutamos músculos por grasa, acumulamos ganas y postergamos eternamente
el autoconocimiento. Somos la vergüenza del animal. Si uno volviese a nacer al menos una vez en la vida pediría
a mis padres que me enseñen a caminar con las 4 patas. Educados en la negación
y para la producción inmolamos cualquier posibilidad de encuentro real con una
verdad, con la única verdad: somos meros instantes infinitesimales en el tiempo
eterno de este universo. El Hombre suburbano sigue su rutina sin darse cuenta
que un día su vida terminará.
Mientras tanto nos aferramos a ideas, ambiciones, causas, o
miserables contabilidades personales. Sumas y restas que pueblan el escaso
tiempo de ocio. Pensamientos
pequeñoburgueses en versión pocket para llenar el calendario.
Mejor sería 12hs diarias para leer, amarse por los órganos, beber, mirar(nos), reflexionar, compartir,
alegrarse y tener una vida de perro (porque no me jodan, conozco más de un perro que sabe leer de corrido las cajas de alimento). Para mi próximo cumpleaños pediría (nótese
que utilizó el tiempo verbal prototípico del clase media) 3 deseos: una
metamorfosis canina, alimento desbalanceado vitalicio y la colección completa
de las obras de Cortázar, Ionescu, Bioy, Asis, Blaistein, Soriano, Arlt, y lo
mejor del Paraná contemporáneo y futuro, o sea,
Lucas Carrasco.
Inconcientemente mío,
Rolando.-
Inconcientemente mío,
Rolando.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario