A medida que subíamos la pendiente que nos llevaba a la cola, se aceleraban progresivamente los latidos del pecho izquierdo. Repetíamos en nuestro interior una secuencia ajena de 8 números, clave preciada para abrirnos las puertas de la noche, regalo de un primo o un amigo de la comisión mayor que nos bendecía con la entrega de su antiguo dni.
Al llegar a la escalera, un paso antes de la boletería, nos topábamos con lo impredecible.
De nada servía ensayar la mentira, todo se resolvía en un cruce de miradas y en un segundo estabas dentro o fuera. En el fondo lo que se definía en cada puerta era la fuerza de la amistad, no por nada terminábamos saliendo, bancando al petiso Burgos quien hoy nos sonríe desde su metro noventa.-
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