¿Cómo puedo pretender yo, insignificante laucha de una ratonera de undécima categoría, cómo puedo pretender ser coherente conmigo mismo, obedecer a mi propia historia, seguir la línea que yo mismo me he trazado? Y eso, en el caso de que me haya trazado alguna línea, cosa de la que aún no estoy seguro. Porque decir, por ejemplo, no voy a meterme en negocios sucios, o no voy a robar, o no voy a matar, o no voy a comer carne, eso no significa trazarse una línea, sino simplemente evitar una conducta. Una monja, por ejemplo, o un gángster, ésa es la gente que se traza una línea, gente que elige un destino. DIOS es la ametralladora de la monja. La AMETRALLADORA es el Dios del Gángster. Pero no debe haber muchos casos más. Al periodista, por ejemplo, lo vapulean las noticias, lo vapulea el director, lo vapulean los intereses ajenos. ¿Cómo va a tener tiempo para trazarse una línea? Al empleado público, por ejemplo, lo adormece la quiniela; para trazarse una línea tendría que estar despierto, grave inconveniente. Al obrero, por ejemplo, la inseguridad económica lo mantiene tieso, las huelgas lo hacen vociferar, los patrones le dan asco; para trazarse una línea tendría que mantenerse lúcido y sereno, un imposible. Al capitalista, por ejemplo, lo hipnotizan las cifras, la fluctuación de la moneda le trae úlceras, lo aterroriza la marea social; para trazarse una línea tendría que no prenderse a su plata con uñas y dientes, otro imposible. A mi, por ejemplo, me apaga, me entorpece la falta de plenitud en el amor, me tortura esta inevitable dependencia del Viejo, me pesca la fiebre uterina de Mrs Ramsom y me hace funcionar como un robot; para trazarme una línea tendría que poseer cierto impulso heroico, del que carezco.
Mario Benedetti, Gracias por el Fuego. Pág. 118.
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